Pedagogía
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¿El educador es un especialista? ¡Oh no!
La verdad, en nuestras sociedades la profesión de educador
no ha alcanzado aún el status normal al que tiene derecho en la escala de
valores intelectuales. Un abogado, incluso si no tiene un excepcional talento,
debe su consideración a una disciplina respetada y respetable como es el
derecho y cuyo prestigio corresponde a cuadros universitarios bien definidos.
Un médico, aun cuando no haya curado a nadie, representa una ciencia
consagrada, difícil de adquirir. Un ingeniero representa, como el médico, una
ciencia y una técnica. Un profesor de universidad representa la ciencia que
enseña y que se esfuerza en hacer progresar. Por el contrario, al maestro de
escuela le falta un prestigio intelectual comparable, y eso a causa de una
serie extraordinaria de circunstancias bastante inquietantes.
La causa general de esto es que el maestro de escuela no es
considerado por los demás ni, lo que es peor, por sí mismo, como un
especialista desde el doble punto de vista de las técnicas y de la creación
científica, sino como el simple transmisor de un saber al alcance de todo el
mundo. En otras palabras: se considera que un buen maestro enseña lo que se
espera de él, ya que está en posesión de una cultura general elemental y de
algunas recetas aprendidas que le permiten inculcarla en el espíritu de los
alumnos.
Con este simple razonamiento se olvida que la enseñanza en todas sus
formas implica tres problemas centrales cuya solución está lejos de ser
conocida y sobre los que hay que preguntarse, además, cómo serán resueltos si
no es con la colaboración de los maestros o, al menos, de una parte de ellos:
1. ¿Cuál es el
fin de esta enseñanza? ¿Acumular conocimientos útiles (y útiles ¿en qué
sentido?)? ¿Aprender a aprender? ¿Aprender a innovar, a producir algo nuevo en
cualquier campo, tanto como a saber? ¿Aprender a controlar, a verificar o
simplemente a repetir? Etc.
2.
Una vez escogidos estos fines hay que determinar después cuáles son las
ramas necesarias, indiferentes o contraindicadas, para alcanzarlos: ramas de
cultura, de razonamiento y, especialmente, ramas de experimentación, formadoras
de un espíritu de exploración y control activo.
3.
Cuando se han escogido estas ramas es
necesario, finalmente, conocer las leyes de desarrollo mental para encontrar
los métodos más adecuados al tipo de formación educativa deseada.
El primero de los obstáculos consiste en que ante la ignorancia de la
complejidad de estos problemas, el público no sabe que la pedagogía es una
ciencia entre otras e incluso muy difícil, dada la complejidad de los factores
en juego. Cuando la medicina aplica la biología y la psicología general a los
problemas de la curación de las enfermedades no vacila sobre los fines a
conseguir y utiliza ciencias ya avanzadas con las que colabora para la
edificación de disciplinas intermedias (psicología humana, patología,
farmacodinámica, etc.). Por el contrario, cuando la pedagogía intenta aplicar
los datos de la psicología y la sociología se encuentra ante enrevesados
problemas tanto en los fines como en los medios, recibe sólo ayudas modestas de
sus ciencias precursoras, por la falta de un adelanto suficiente de estas
disciplinas, y esto le dificulta la constitución de su cuerpo de conocimientos
específicos (una psicología pedagógica que no es una simple psicología infantil
aplicada deductivamente, una didáctica experimental, etc.).
En segundo lugar, el maestro de escuela debe atenerse a un programa y
aplicar métodos que le son dictados por el Estado, mientras que el médico, por
ejemplo, depende más de su Facultad o de su Colegio profesional que del
ministerio de Higiene o de Sanidad.
Indudablemente, los ministerios de Educación están formados en su
mayoría por educadores, pero educadores que administran y no disponen de tiempo
que dedicar a la investigación.
En tercer lugar, si se compara las sociedades pedagógicas con
sociedades médicas o jurídicas, con sociedades de ingenieros o arquitectos,
etc., es decir, con las múltiples sociedades profesionales en que los
representantes de una misma disciplina “aplicada”, por oposición a las llamadas
ciencias puras, se dedican a estudios en común e intercambian sus
descubrimientos, uno ha de quedar sorprendido ante la falta habitual de
dinamismo científico de las corporaciones de educadores, especializadas a
menudo en la discusión de problemas exclusivamente sindicales.
En cuarto lugar, y aquí radica lo esencial, aún existen numerosos
países en que la preparación de los maestros no guarda relación con las
facultades universitarias: únicamente los maestros de enseñanza secundaria se
forman en la universidad, pero casi exclusivamente desde el punto de vista de
las materias a enseñar y con una preparación pedagógica nula o reducida al
mínimo; por su parte, los maestros de enseñanza primaria se preparan en
escuelas normales sin relación directa con la investigación universitaria. (Psicología
y Pedagogía, Jean Piaget)
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